Los Inmortales – Parte I

Charlie despierta, son las 3:00am. Para él no hay ciclo circadiano que valga. Ese cuerpo tan viejo tiene su reloj propio, y llegando al final se acelera. Él lo sabe, lo toma con calma. Me pide que telefonee a Paul, quiere que le diga que ya es hora, que venga pronto.

La relación que tienen Charlie y Tío Paul me parece muy extraña. Nunca se ven, se escriben muy poco, a veces pasan años enteros sin que uno sepa del otro, sin embargo se tienen aprecio y respeto infinitos. No logro entender cómo es posible que se conozcan de toda la vida y no necesiten comunicarse entre ellos.

La última vez que vi a Paul fue en Lima, hace veinte años. Había montado un puesto de ceviche en una casita pequeña en la playa, ahí mismo vivía. Ganaba poco dinero a mi parecer, justo tenía para pagar el alquiler, comprar insumos para el negocio. Cuando se quedaba corto, él mismo iba a pescar. Todo lo que sobrara era para comprar libros. Me pareció miserable. «Paul, estás haciéndote cada vez mas viejo. Me preocupa cómo estás viviendo, me preocupa que al final te quedes solo. No veo que tomes en serio tu vida, la estás desperdiciando. Mírate, comprando libros viejos como un loco. Seguro no los vas a leer nunca.» Rió mucho cuando le di mi opinión sobre su estilo de vida. «Tengo todo lo que necesito, ¿para qué más?» «¿Y la gente? ¿Y tu familia?» dije preocupada. «Ellos siempre estarán, no hay prisa.»

«Está en camino.» Charlie sonríe. Destila serenidad. «Sabes que voy a morir hoy.» Asentí. «No llores linda, es inevitable, pero es lo más natural del mundo.»

Náufragos

De la serie «Lunáticos.»

Red Fang – Wires

Porter abre sus ojos, el cuarto es iluminado por una luz roja parpadeante. El volumen del mundo se recupera lentamente, suena la alarma de incendios, ¡mierda!

Cuando chico Porter había visto en las noticias la historia de un remolcador que había sido volteado por una ola gigantesca, el barco se hundió en cuestión de segundos y ocho de los nueve tripulantes murieron ahogados. A pesar del cliché de las películas de principios del siglo XXI, el cocinero de raza negra había sobrevivido. El barco se hundió a más de treinta metros de profundidad. La temperatura del agua era de cuatro grados centígrados que podían matarlo por hipotermia en horas. El pobre hombre había logrado correr desde la cocina que se inundaba hasta el camarote del capitán donde quedó atrapado por el agua, junto con seis metros cúbicos de aire comprimido por el océano sobre ellos.

Porter había visto también películas de submarinos antiguos, viejas máquinas de motores diésel. Cuando los torpedos impactaban se sacudía toda la nave, el estruendo se transmitía y amplificaba por la estructura metálica de la nave, y el terror de encontrarse atrapados en las entrañas mar. Sin embargo, las escenas del aire agotándose, el nivel del agua subiendo y la muerte por ahogamiento de dichas películas no lo había impactado tanto como la historia del cocinero. Para él las películas eran solo eso, películas, por más que estuvieran basadas en eventos históricos. La historia del náufrago era algo real.

Porter encontró la cocina en llamas, un par de cuerpos asfixiados tendidos en el suelo. Los compuestos plásticos emitían gases tóxicos. Tomó el tanque del dispensador de agua y corrió hacia su camarote. Abrió el maletín de primeros auxilios que guardaba bajo su cama, tomó la manta de microfibra para casos de hipotermia, la empapó y se la puso a cuestas, esto le daría unos minutos extra para evitar quemaduras. Se dirigió hacia el laboratorio. No entendía por qué diablos el sistema de irrigación no se activaba, y cualquiera que fuera la causa, sabía que no tendría tiempo suficiente para repararlo, las llamas consumirían todo el oxígeno disponible antes de lograrlo. Solo habría un modo de escapar, a través de esos pasillos de topo, siguiendo las luces de evacuación en el suelo, hacia el garaje, a través de la exclusa de descompresión. De repente se imaginó de nuevo en el bar, allá en la colonia minera.

El cocinero acomodó como pudo ese camarote patas arriba para evitar tener contacto con el agua. Lo que le sumaba méritos a la epopeya era realizarlo todo a oscuras, con el agua helada hasta los muslos. Encontró también un par de latas de gaseosa y un paquete de galletas. El cocinero esperó que la muerte viniera por él, acurrucado sobre los muebles, escuchando de vez en cuando el crujir de la nave aplastándose por el peso del agua. Estaba atrapado en otro mundo, un entorno completamente hostil, atrapado por las leyes de los gases… Si trataba de escapar nadando se arriesgaba a morir tragando agua a mitad de camino, pero si lograba llegar a la superficie, el intento de escape resultaría en una descompresión brusca, la formación de burbujas de nitrógeno en su sangre y una muerte dolorosa.

Porter entró en el único traje espacial que encontró, atravesó la exclusa de descompresión, subió al rover lunar. Pisó el acelerador a fondo para escapar a unos espectaculares quince kilómetros por hora excediendo el límite de seguridad, y apenas a cinco minutos de arrancar tomó un bache que lanzó el vehículo a volar en un giro de ballet en cámara lenta. Porter vio el cielo estrellado, su respiración agitada se contuvo en una inhalación profunda, vio el suelo lunar, de nuevo la nada punteada y allí esa maravillosa canica azul, the blue marble, donde nació. Un golpe seco, una exhalación.

Su religión establecía que poner fin a su existencia inmediata traería consigo sufrimiento eterno. El buen cocinero sopesó los hechos. Se encontró de repente gritando improperios contra los cielos, contra dios, contra el mar que le había dado el sustento toda la vida y ahora en silencio quería arrebatársela. El cocinero lloró amargamente en la oscuridad helada sintiendo la impotencia, la ilusión del control de su vida se había desvanecido en un parpadeo.

Porter despertó. Su visor estaba salpicado de sangre. Al incorporarse sintió con total fastidio un hilo de sangre correr por su frente, cegando su ojo izquierdo, y la imposibilidad de quitarse el casco para limpiarse el rostro. El rover lunar estaba volcado, la suspensión delantera estaba deshecha. De haber tenido un compañero hubiera podido darle la vuelta al vehículo y hacerlo andar en reversa hacia la colonia minera. Revisó su nivel de oxígeno: 20%. Si el tanque estaba lleno al salir, debió quedar inconsciente durante un par de horas por lo menos. De haber ido manejando con calma ya hubiera llegado a un sitio seguro, o si hubiera permanecido inconsciente otra media hora moriría por envenenamiento con CO2 sin notarlo. Ahora tenía aire suficiente para regresar a la base, donde no encontraría más trajes, seguramente el fuego ya se habría apagado al no tener más con qué alimentarse, o uno de los vidrios del invernadero se habría roto por el calor, descomprimiendo toda la estación. La cagaste Porter.

Al cocinero le resultó imposible dormir en aquella posición. Si se descuidaba caía al agua. Sin tener referencias externas perdió la noción del tiempo. Su ciclo circadiano estaba completamente trastocado por la situación. Luego del desespero y la ira vino la resignación. El cocinero repasó su vida meticulosamente una y otra vez. Recordó hasta más no poder las acciones cometidas en el tiempo vivido, primero clasificándolas entre buenas y malas queriendo anticipar su juicio celestial. Después sólo las recordó, los hechos fueron hechos, una serie de decisiones mezcladas con el azar le habían llevado a esa situación, solo existía el aquí y el ahora, el pasado y el futuro no existen, del primero nos queda solo la memoria y del segundo a veces parecemos tener también recuerdos fugaces. Y el presente, rio el cocinero, es un regalo. El cocinero seguía vivo. En ese instante valoró ese estado como nunca antes lo había hecho. Tenía las horas contadas, ¿por qué vivirlas angustiado con la idea de morir? Recordó con cariño a su madre, la escuela pública, el instituto donde tuvo su preparación para trabajar en la cocina, la serie de situaciones azarosas que lo habían llevado a la mar, y el amor que sentía al recibir la brisa en el atardecer. Recordó el cielo, recordó el Sol, recordó su calor. Recordó a la mujer, a una, a todas, recordó las emociones al decidir entregarse al mar sacrificando la idea de familia. Lamentó haber elegido siempre su pasión por el mar y no haber experimentado el llegar a ser padre, y enseguida rio pensando que de haberlo hecho, en este momento estaría en su casa, en medio de la noche, acostado junto a su mujer sin poder dormir, añorando el mar.

Porter llegó a la estación dando grandes saltos,  el método más eficiente para un bípedo de 1.70 metros desplazándose en la gravedad reducida de la Luna. Entró por la exclusa, un indicador rojo parpadeaba sordo indicando descompresión total de la base. El fuego se había extinto por completo.  Las luces de evacuación en el suelo seguían parpadeando. Porter atravesó de nuevo los pasillos de topo hacia el laboratorio. El techo estaba chamuscado, sin embargo parte de los equipos de comunicación de Rodríguez seguían intactos. Rodríguez, el mentecato cuántico de la teletransportación exiliado en la base lunar. Porter inició una terminal, saltó los protocolos de evacuación con permisos de superusuario, inició una conexión remota vía ssh con el laboratorio par en la Tierra. En pantalla aparecieron sus pares de laboratorio mostrando gran preocupación, hablaban en vano, el sistema estaba diseñado para operar en presencia de aire. Por terminal les dio instrucciones de iniciar la máquina, de funcionar él se encargaría de todo el papeleo por el gasto energético, sumando la masa de su traje serían necesarios 1.21 GigaWatts por más de quince segundos para realizar el procedimiento.

En las noticias mostraron lo que captaban las cámaras del equipo de buzos en la misión de rescatar los cuerpos de la tripulación. Entre la oscuridad profunda emergen las puertas de las cabinas del barco tendido sobre su cubierta. El buzo atraviesa el corredor principal en la primera exploración, abre la puerta del camarote del capitán y de la nada, un brazo inerte lo agarra con fuerza. Él utiliza su otra mano para detenerlo. La mano sorpresa tantea a ciegas y luego hace un gesto con el pulgar hacia arriba. Mueven entre los dos los escombros, abren la puerta y encuentran al cocinero sonriendo, temblando de frío. Se comunican por radio con la base, reorganizan la misión para rescatar al sobreviviente inesperado. Le colocan un casco de manera improvisada, y cuando lo sacan de la cabina se desmaya. Los buzos hacen lo posible para que no entre agua en su casco, una vez lo aseguran al arnés guía lo suben hasta la campana de espera donde recobra el conocimiento. El hombre sonríe. Estarán en esa campana por lo menos 32 horas antes de terminar la descompresión gradual para retornar de manera segura a la superficie. El cocinero nunca volverá a navegar, pero vivirá.

Porter ha programado la máquina, ingresa en la cámara de teletransportación, purga la reserva de oxígeno de su traje presurizando la cámara, se quita el casco y respira tratando de calmarse. Conoce bien el procedimiento. Si bien su campo de investigación es epistemología y sociología tiene una buena formación en ciencias exactas. Conoce la historia de la teletransportación, cómo durante tres siglos no se pudo mover más que unos cuantos bits de información en átomos. De repente con la terquedad de Rodríguez trabajando más de treinta años seguidos, con un enfoque totalmente nuevo, se estudió el transporte de átomos a través de un nano-agujero de gusano, y utilizando computadoras cuánticas se logró mover el nano-agujero en ambas compuertas. Rodríguez logró transportar algunos gramos de materia. Porter recuerda las noticias, el primer objeto que habían movido fue un diamante, además de ser un compuesto monoatómico tenía una red cristalina perfecta, la periodicidad de ella permitía realizar un barrido rápido para estimar la ubicación de cada átomo simplificando notablemente el tiempo de cómputo en las computadoras cuánticas. Era increíble la cantidad de información necesaria para poder reconstruir el objeto en la puerta de llegada. El problema de la cantidad de información era equivalente a una historia milenaria persa donde un rey había contratado al mejor cartógrafo del planeta para levantar un mapa a escala uno a uno de su reino. Esto en fracción de segundos. Cuando empezaron las pruebas con materiales orgánicos, Rodríguez encontró oposición de grupos ambientalistas, pues era necesario encender la única central nuclear del planeta para realizar los experimentos sin afectar las redes eléctricas del país. Las leyes eran claras sobre la generación de basura radioactiva. Rodríguez movió sus contactos para trasladar su laboratorio a la vieja base lunar.

Porter respira agitadamente, las probabilidades de éxito son altas, en teoría. Los primeros objetos orgánicos masivos en ser transportados fueron manzanas. Las primeras pruebas tenían manzanas en la puerta de entrada y puré de manzana cocido en la puerta de llegada. Al parecer el objeto transportado llegaba con un exceso de energía interna, sus moléculas vibraban en un estado energético mucho mayor que el objeto original. La solución fue calcular y reducir la energía de algunos átomos previo el transporte. La técnica de átomos ultrafríos permtió llevar manzanas casi intactas de una puerta a la otra, sin embargo la superficie siempre se cocinaba y en ocasiones la piel de la manzana estallaba. El algoritmo de átomos ultrafríos tenía problemas en las condiciones de frontera. La solución, bastante burda, fue rociar nitrógeno líquido sobre el cuerpo justo antes de ser transportado. A pesar de esto, dieron luz verde para iniciar pruebas con vertebrados.

Porter salió como pudo del traje espacial y se acurrucó sobre él. Respiraba cada vez más rápido. Cerró sus ojos con fuerza. Las primera prueba con un ratón fue un desastre. El animal se movió bruscamente durante el escaneo, y este tardó demasiado. Fue reconstruído al otro lado con una fuerte deformación interna en el sistema respiratorio y otra externa en el encéfalo. Murió mientras debatían la implicación ética de sacrificarlo. Encontraron que teletransportar gases era un negocio bastante complicado. Así que podían llenar los pulmones de líquido amniótico o extraer de golpe el aire de los pulmones. Nuevamente optaron por la solución más burda reduciendo el costo energético de mover el la masa de liquido amniótico, generaban alto vacío en la cámara durante un instante para vaciar los pulmones, entonces se realizaba el escaneo y el animal se transportaba antes que tuviera la sensación de ahogo.

El problema de mover seres vivos está en la velocidad con la que se debe recolectar la información de la composición atómica. La técnica de escaneo actual permite «fotografiar» a un ratón en unos nanosegundos, pero el barrido debe realizarse miles de veces para minimizar errores al momento de la reconstrucción. Porter quiere asegurarse de llegar en una sola pieza al otro lado, ha preparado la máquina para ejecutar un millón de barridos, con suerte esto se hará en un segundo o menos. El problema de aumentar el número de barridos consistía en que al promediar diferentes «fotografías» del cerebro se perdería a largo plazo información almacenada en ´el. Esto estaba ya bien documentado. Ratones que habían aprendido a cruzar un laberinto eran teletransportados, justo después podían satisfacer el reto, sin embargo unos días después empezaban a experimentar ligeros desórdenes cognitivos y ya no podían completar la tarea. En una semana empezaban a perder aparentemente los sentidos, pero lo que perdían era su identidad, su conciencia, se quedaban quietos, respirando, nada más. En menos de un mes los ratones morían de un paro cardíaco, como si el cerebelo dejara de enviarle al corazón la señal para latir, como si olvidaran que tenían que vivir.

Porter había desarrollado por su parte una teoría para solucionar este problema, usando técnicas de relajación podría poner su mente en blanco durante el tiempo suficiente para que el escaneo registrara el mismo estado y al promediar no se perdiera nada. No había marcha atrás, el proceso no podía detenerse desde adentro de la cámara. Porter trató de concentrarse, aclarar ese estanque mental, y por un instante pareció que el rompecabezas se armaba sin ayuda; Rodríguez quería deshacerse de él desde que llegó a la base lunar, sin embargo lo necesitaba para solucionar el posible problema de la amnesia en la teletransportación humana, a lo mejor ya había realizado experimentos fallidos… O todo era simplemente una gran coincidencia, el haber empezado una licenciatura en ciencias, hacer un posgrado en sociología y otro en epistemología, querer especializarse en el comportamiento de seres humanos en situaciones de extrema convivencia, todo era una cadena de eventos aleatorios que concluían con él metido dentro de una máquina donde nunca antes había estado otro ser humano, impulsado por una fuerza instintiva, la fuerza que ha mantenido la vida en la Tierra por miles de millones de años, la fuerza que lo hace querer volver a ella, lo que hace a las plantas crecer y extender sus cuerpos hacia el Sol, lo que hace al carnívoro cazar, lo que hace a la presa huir. ¿Realmente vale la pena robarle tiempo al hado para postergar el encuentro con lo inevitable? ¿Es este el porqué los pacientes esperan un donante de órganos? Si no hay algo más allá después de la muerte, ¿para qué luchar un poco más por mantener el estado de conciencia?

De repente el nitrógeno líquido fue rociado sobre su piel como la tortura de las mil agujas. Porter exhaló con un gemido que se ahogaba mientras se vaciaban el gas de sus pulmones y de la cámara, su mente era presa del dolor físico y el dolor mental del saberse pronto un hombre sin memoria. Entonces el barrido inició, los rayos gamma atravesaron su cuerpo y partículas super energéticas generaron por efecto Cherenkov un brillo azul dentro de sus ojos bien cerrados. Porter quedó extasiado con el resplandor. La central nuclear de la base lunar operó al tope una vez mas.

Porter inhaló.

Cuestiones Ontológicas

Y te debo todavía el libro de P. Ayaso

A veces miro mi sombrero negro, que no era un sombrero bombino genuino cuando lo compré. El sombrero era un típico sombrero con comba en la parte superior, habrá que preguntarle a los expertos sombrerólogos acerca de esa clase, supongamos sombrero cachaco. Este sombrero fue sometido a un proceso de deformación con vapor de agua (a 92°C, temperatura de ebullición en Bogotá) para darle esa forma particular. Si un loco lo raptara cual fauno a una ninfa, podría llevárselo a su guarida, ponerlo boca arriba y llenarlo de tierra. De ella germinaría una bonita flor silvestre.

El sombrero ahora sería una maceta. Seguiría teniendo forma se sombrero, color de sombrero, olor de sombrero con tierra, pero simplemente se habría convertido en otra cosa distinta a lo que fue. Un modo sonso de resolver el problema es irse hasta estructuras moleculares donde el sombrero sigue siendo sombrero hecho con fibras animales, en últimas cadenas de carbono por montón. Lo pones de maceta y siguen siendo las mismas cadenas de carbono por montón en la misma estructura, ellas seguirían cumpliendo la misma función. Y el carbono seguirá siendo carbono hasta el final de los tiempos donde se desintegre, (literalmente el fin de los tiempos), el mismo carbono que surgió hace millones de años, antes que nuestro Sol brillara, el mismo carbono nacido de la explosión de una supernova. A menos que un hongo u otro agente descomponedor natural hagan lo propio y aumenten considerablemente la entropía del sombrero hasta que deje de ser sombrero,  o unas manos curiosas  lo arrojen al fuego, el sombrero seguirá siendo, para un químico, un físico y un biólogo, nada más y nada menos que  un sombrero.

Pero ahora es maceta, matera, florero. Es simple, tiene una flor. Tiene tierra. Es soporte de una forma de vida macroscópica. Ya no da sombra el sombrero, lo más conveniente sería incluso llevarlo afuera para que la bonita flor tome el sol, crezca radiante, se reproduzca con nuestras amigas abejas polinizadoras (o moscas, no entraremos en detalles sobre el agente mediador), y finalmente morirá la flor.

Yo no le veía mucho problema al asunto, yo como ser ultraracional cerohumanista. Sin embargo existen personas hermosas que hacen maravillas, seres humanos capaces de ver vida en un objeto inerte, asignarle sensibilidad, sentimientos, conciencia, dotarle de alma a las cosas. Es una de estas personas hermosas quien me ha puesto a pensar en esta cuestión desde hace tiempo.

¿Qué siente el sombrero ahora florero?

¿Qué pensará sobre no hacer aquello para lo que fue concebido? Imagínate pasar toda tu vida con una meta en la cabeza, un objetivo máximo, inamovible, alcanzable en un intervalo de tiempo determinado. Imagínate luchar por ello sin cesar, poner tu granito de arena día a día haciendo lo que crees que debes hacer. Le introduces un agente externo y tu horizonte se nubla, no tienes rumbo, ya no eres sombrero. De repente te encuentras andando en otra dirección completamente distinta, avanzas pero no sabes a donde vas a llegar por que ese destino que tenías ha sido borrado del mapa, y sigues caminando por que sientes que no debes parar.

La cuestión va más allá, va en el hecho mismo que el sombrero cambió de nombre, cambió su ser. Es un concepto difícil de comprender para nosotros los ultraracionales cerohumanistas. Cuando juntas un átomo con otro átomo tienes una molécula, pero siguen siendo átomos por separado. Suponiendo que divides el átomo (indivisible por su nombre) tienes partículas subatómicas, y puedes entenderlas como tal incluso volviéndolas a unir en el átomo: electrones, protones y neutrones. Incluso estos neutrones y protones los puedes dividir en partículas fundamentales (hasta el momento) llamadas quarks. Así un ser humano queda reducido al mero concepto de electrones y quarks amalgamados en una forma bípeda. Y se muere el ser humano y siguen siendo electrones y quarks. Y se convierte en abono con ayuda de hongos y gusanos, pero sigue siendo electrones y quarks. Y viene una planta, asimila sus restos descompuestos, pasa a ser cesped y este en últimas son electrones y quarks. Aunque si metes todo esto en una olla a presión increíble y temperaturas indecibles podrías transformar la materia en radiación, la materia es energía condensada, en últimas todo y todos somos energía. Se ha reducido el problema.

Pero el sombrero ya no es sombrero, ahora es florero. Ya no cumple las funciones de sombrero. Y por más que insista en que es un sombrero boca arriba lleno de tierra, es un florero. Esas personas hermosas pueden sentir tales angustias. Lo más bonito es la capacidad de sanarlas. O bien pueden sacar la flor, sembrarla en un bosque, acicalar la maceta, ponerla boca abajo y devolverle su naturaleza inicial, el sombrero podrá reír y contarle a sus amigos sombreros cuando fue maceta, sería un boom entre las gorras. O bien, enseñarle al sombrero que la vida va más allá del querer revivir el pasado, que ha ganado un montón de cosas para llegar a ser quien es, que muchas veces el camino cambia y la gracia de vivir yace en recorrerlo con júbilo, no todos tienen el don de crear vida en su seno, enseñarle que lo natural es el cambio, «nunca nos bañamos dos veces en el mismo río» no solo por que el agua ha fluido, nosotros mismos evolucionamos en el tiempo.

No sé que piense él. Le preguntaré si quiere ser maceta cuando yo muera.